Una Teoría de los Monstruos: Genealogía de la Amenaza Política
¿Qué es un Monstruo?
Para comprender la esfera política, es imprescindible recurrir a los monstruos. Un monstruo no es, en esencia, una criatura, sino una herramienta conceptual. Desde una perspectiva abstracta, es un punto de inestabilidad que desafía las categorías establecidas y genera malestar porque se sitúa en el umbral entre dos estados: ni vivo ni muerto (el vampiro), ni natural ni artificial (la criatura de Frankenstein).
Más allá de esta definición formal, un monstruo es, en términos sociopolíticos, una «figuración de relaciones susceptible de comprometer nuestra cohesión interna». No es un «otro absoluto», sino un espejo que refleja las ansiedades de una sociedad. Cada época produce sus propios monstruos, y al analizarlos, no descubrimos tanto sobre el engendro en sí, sino sobre los miedos, las estructuras de poder y las formas de control de la sociedad que lo imagina. La teoría de los monstruos es, por tanto, una teoría del censo y la censura, un método para cartografiar los cambiantes rostros del poder.
La Evolución del Monstruo: Las Cuatro Edades de la Amenaza
La imaginación política ha concebido la amenaza de formas distintas a lo largo de la historia. Esta evolución puede entenderse a través de cuatro grandes «edades», cada una dominada por un tipo de monstruo que se corresponde con una fase del desarrollo artístico y una estructura socioeconómica específica.
Primera Edad: El Monstruo Aristocrático (Lo Arcaico)
- Descripción: Este es el monstruo original, una figura eminente, individualizada y temible por sí misma. Procede «de afuera y de arriba»: un rey de una cultura extinguida (La Momia), un conde de una tierra remota (Drácula) o un macho alfa de un reino perdido (King Kong). Su amenaza es personal y su derrota, igualmente individualizada, restaura el orden.
- Contexto Político: Representa una cultura política arcaica donde el poder está personalizado. Corresponde a la era del colonialismo, donde se teme al líder de la cultura dominada, y a la del terrorismo anarquista de finales del siglo XIX, que creía posible descabezar el sistema mediante magnicidios.
- Contexto Económico: Se alinea con el capitalismo de los «grandes capitanes de la industria» (Ford, Rockefeller), figuras individuales cuya voluntad da forma a la economía.
- Modo de Amenaza: La destrucción del individuo.
Segunda Edad: El Monstruo de Masas (Lo Clásico)
- Descripción: Este monstruo carece de rostro. Es anónimo, indiferenciado y solo resulta aterrador en grupo. No comparece, se «amontona». Su poder no reside en su individualidad, sino en su capacidad de arrollar, asimilar y disolver al individuo en la colectividad.
- Contexto Político: Es el monstruo de la era fordista y la Guerra Fría. Encarna el miedo a la masa indiferenciada (los zombis), a la pérdida de identidad en un colectivo hostil (los ultracuerpos) y al enemigo ideológico (el comunismo).
- Contexto Económico: Refleja el auge de las grandes corporaciones con sus miríadas de empleados anónimos, un sistema de producción en masa que estandariza la vida.
- Modo de Amenaza: La destrucción o asimilación de la socialidad.
Tercera Edad: El Monstruo Endógeno (Lo Manierista)
- Descripción: La amenaza ya no viene de fuera, sino «de dentro». Es un virus, un parásito, un traidor durmiente. Es proteico, informe y puede adoptar la apariencia de la normalidad (Alien, que emerge de un cuerpo amigo; The Stuff, un producto de consumo adictivo). Pone en jaque los sistemas inmunitarios del cuerpo social.
- Contexto Político: Surge en la era del terrorismo global, donde el enemigo ya no está en un frente definido, sino que puede ser el vecino. Revela la vulnerabilidad de un sistema globalizado.
- Contexto Económico: Coincide con el capitalismo neoliberal (Thatcher, Reagan), que desmantela las grandes corporaciones de masas y promueve la figura del «emprendedor», obligando a cada individuo a sacar «el monstruo que lleva dentro» para sobrevivir.
- Modo de Amenaza: La destrucción de la civilización o del sistema desde sus propias entrañas.
Cuarta Edad: La Monstruosidad Experiencial (Lo Barroco)
- Descripción: En esta fase, el monstruo desaparece como entidad externa o interna para convertirse en la propia experiencia. La amenaza se instala en nuestros procesos cognitivos y sensibles, haciendo imposible distinguir la realidad de la ficción, el juego de la vida. El sujeto mismo es el monstruo, atrapado en una pesadilla que él mismo sostiene.
- Contexto Político: Es la monstruosidad del control total, de la sociedad del espectáculo donde todo es un simulacro. El poder ya no necesita un enemigo visible; opera administrando y diseñando nuestra percepción de la realidad.
- Contexto Económico: Es el correlato directo de la «economía de la experiencia» (Joseph Pine). La vida, la aventura y la identidad se convierten en productos «ingenierizados» y mercantilizados (Disneylandia, The Game), fragmentando la experiencia y anulando su capacidad de generar sentido autónomo.
- Modo de Amenaza: La destrucción de la agencialidad y de la capacidad de generar sentido.
Conclusión: Hacia una Teoría de los Paisajes
La genealogía del monstruo revela una clara trayectoria: la amenaza ha migrado desde un enemigo exterior y personalizado hasta convertirse en la estructura invisible de nuestra propia experiencia. El poder ya no necesita fabricar demonios externos cuando puede modular nuestra percepción desde dentro.
Por ello, una teoría de los monstruos es solo el primer paso. El objetivo final debe ser trascenderla para formular una «teoría de los paisajes»: un análisis de las matrices de conflicto, las condiciones materiales y los sistemas de relaciones que producen un tipo de monstruosidad y no otro. No basta con identificar al monstruo; es necesario comprender el ecosistema que lo alimenta. Solo así es posible asumir nuestra condición fragmentada y empezar a reconstruir una «potencia instituyente», nuestra capacidad para crear nuevos acoplamientos y formas de vida más allá de las experiencias prefabricadas que nos ofrece el sistema. La lucha ya no es contra el monstruo, sino por el derecho a definir nuestra propia realidad.